LA REPÚBLICA Miercoles, 16 de Julio 2008 Monseñor Luis Bambarén cumple hoy 50 años de sacerdote. Conocido por su don de concertador, desde niño sintió el llamado de Dios y asegura que su vida cambió cuando empezó a trabajar por los pobres. Está convencido de que si los ricos dieran algo de lo que tienen no habría pobres en el país. Cynthia Campos B. Pero esta vez, el tema de conversación con monseñor no son las últimas revueltas sociales. Esta vez el religioso está de fiesta. Hace cincuenta años, el 15 de julio de 1958, el joven Luis Bambarén se ordenaba como sacerdote. Al día siguiente oficiaba su primera misa y se consagraba totalmente a la religión. –¿Cómo definiría estos cincuenta años de sacerdocio? –Lo definiría como un regalo de Dios para servir al pueblo. Porque es Dios quien a uno lo elige para ser sacerdote y hay que responder a ese llamado con fidelidad. Es además muy gratificante ver a tanta gente que se va feliz después de un consejo o de una confesión. Es muy hermoso tener esa paz en el corazón. –¿Siempre supo que iba a ser sacerdote? –Sí, desde niño. Yo ya tenía la decisión de que acabada la secundaria entraría al noviciado. Eso lo tenía definido. Aunque también pensaba que si por cualquier motivo no fuera sacerdote, sería ingeniero. Pero la fe fue mi prioridad. LA RELIGIÓN EN LAS VENAS Nacido en Yungay, en enero de 1928, Luis Bambarén Gastelumendi es el sétimo de diez hermanos, de los cuales dos también han seguido los caminos de la fe católica. Juguetón e inquieto, como todo niño, de joven fue dueño de un espíritu aventurero: en cierta época de su vida su deporte favorito fue escalar montañas. "He escalado Ticlio. Luego, de muchacho también me han gustado las caminatas. Una vez, junto a otros jóvenes, caminamos de Huaraz a Carhuaz y luego a Yungay, Caraz y Huallanca. Eso cuando aún no era sacerdote. He sido muy travieso y movido", recuerda entre risas. Si hay una cosa que enorgullece a Monseñor Bambarén, es ser originario de la sierra. Yungay, pueblo ancashino donde pasó su infancia, es descrita por el sacerdote como un lugar lindo. "En provincias se vive en un espacio de familias más consolidadas", afirma. Sin embargo, la suya, si no bate un récord, al menos quedaría entre las candidatas, si vemos su cercanía con la iglesia católica. Así lo enumera el monseñor: "He tenido un tío abuelo sacerdote, otro tío, Daniel Figueroa, fue obispo en Chiclayo. Después vengo yo. Luego tengo dos sobrinos sacerdotes, dos hermanas religiosas y dos primas hermanas también religiosas". EL COMPROMISO SOCIAL –¿Algún hecho de su vida religiosa lo ha marcado? –Cuando llevaba nueve años de sacerdote, el Papa me cambió la vida al nombrarme obispo. Cuando lo hizo era especialmente para trabajar en todo el cinturón de pobreza de Lima, las barriadas. Ahí Dios me está diciendo por el Papa que quiere que trabaje por los más pobres. –Y eso le ha traído algunos problemas… –Estuve en la cárcel, el motivo fue la invasión a Villa El Salvador, por el año 1971. Sucedió que con el ministro de Vivienda de entonces ya estábamos planificando y llegando a una solución. Estando en ese trabajo, el ministro del Interior, el general Artola, metió a toda la Policía y hubo heridos y hasta un muerto. Yo les dije a los pobladores: "Ustedes no son invasores, son fundadores". Por ese entonces, Artola se dedicaba a ir a las barriadas y regalar ropa usada y panetones. A él le dije que con ropa usada y panetones no se solucionaban los problemas de las barriadas. ¡Y adentro!", recuerda monseñor, ya lejos de aquel incidente que mereció la condena internacional. "Ya en la carceleta no sabían qué hacer conmigo, porque a uno lo mandan con un expediente y a mí me mandaron con un recibo (ríe). Me dijeron que elija entre Lurigancho y El Sexto, y bueno elegí El Sexto. Lo paradójico es que allí me atendieron muy bien porque yo todos los meses visitaba al director, al personal, a los presos. Entonces cuando llegué me encontré con caras conocidas (ríe)". Pero esa no fue la única experiencia fuerte a la que le ha llevado su vocación. Estando como voluntario en Colombia, en los años más cruentos del conflicto armado, se le acercó un guerrillero y, arrepentido, le entregó el hacha con la que había matado, según la policía, a 102 personas. "La policía se equivoca por ocho –me dijo–. He matado a 110". EL MEDIADOR Si se le pregunta, se obtendrá como respuesta un elocuente ¡Uff! Han sido tantos los conflictos en los que ha sido llamado a mediar que ya monseñor Bambarén ha perdido la cuenta. Lo que sí puede responder es que el diálogo y la concertación son, ambos, unos dones. "Hay que ver la mano de Dios en todo. Es una vocación y debe ser usada para el bien. Pero no solo se trata de la solución de problemas sino de su prevención". Como hombre de fe y comprometido, condena la violencia. Como hombre cercano a los pobres, opina que estas revueltas –como las del último paro nacional– revelan que aún hay necesidades insatisfechas y que si la gente ve cerradas las puertas del diálogo, lo único que le queda es salir a las calles a gritar. –¿Cree que los índices de pobreza han descendido? –No me gusta hablar de pobreza, yo hablo de pobres. Porque cuando se habla de pobreza se habla de cifras y los pobres, en cambio, tienen un nombre y un rostro. Siempre se habla del gobierno central, de los gobiernos regionales, pero en realidad hay otro elemento y es el de la sociedad civil. ¿Qué pasaría si esos millones de peruanos que están en mejores condiciones diesen al mes simplemente un sol cada uno? Tendríamos millones para ayudar a los pobres. –Ha presenciado muchos conflictos y problemas en cincuenta años. ¿Qué podría cambiar en el panorama en los años próximos? –Desde tiempos remotos los profetas han hablado de los crímenes, las injusticias y la violencia. La realidad no va a cambiar si no cambia el corazón del hombre. CLAVES TRAYECTORIA. Luis Bambarén estudió Filosofía en Madrid. Ha sido obispo auxiliar de Lima, vicepresidente de Cáritas Internacional y vicepresidente de la Convención de los Derechos del Niño. También fue presidente de la Conferencia Episcopal Peruana y Obispo de Chimbote. FUNDADOR. Monseñor Bambarén eligió el nombre de Villa El Salvador para el naciente pueblo que se levantaba sobre Pamplona. –En su estadía en El Salvador, ¿conoció a monseñor Óscar Arnulfo Romero? Sí, fue un pastor extraordinario. Hay que ver lo que supone en una dictadura militar que alguien denuncie durante la homilía todos los crímenes que se cometieron en la semana. Era la voz de los que no podían hablar. –Un gran hombre. Cuando él inicia su trayectoria empieza muy pegado solo a lo religioso y cambia cuando llega a El Salvador. Allí descubre que tiene una labor por hacer. –¿Cómo era? Fue un ejemplo de compromiso para mí. Aprendí a no tener miedo. En el tiempo de Sendero Luminoso, por ejemplo, me pusieron dos bombas y asesinaron a dos misioneros en mi diócesis. Aun así seguimos trabajando con los jóvenes y es así que el terrorismo no logró mayor captación en ellos. –¿Qué opina de la proliferación de creencias? De sectas, yo diría. Basta recordar cómo empiezan en el Perú. –¿Cómo fue esto? Llegaron por encargo del gobierno de Estados Unidos, cuando en un informe deciden que la iglesia católica se ha comprometido tanto con los pobres que ya no es confiable para los intereses norteamericanos. Entonces envían la primera secta financiada por Estados Unidos. –¿Cuánto han avanzado en el Perú? El pueblo sigue fiel a su fe católica. Eso lo podemos comprobar cada domingo, cada mes de octubre o cada Navidad. |
martes, 15 de julio de 2008
El obispo de los niños
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